EL ARMA INERTE DE LA DEPENDENCIA SOCIAL

Toda la vida las personas tienen la obsesiva necesidad de establecer los objetivos para los cuales están en la tierra sin tomar en consideración siquiera quienes son, porque le instruyen de manera metódica el incrédulo “deber ser” que forma parte de la falsa ideología de su verdadera naturaleza. Sin miras a deshonrar las antiguas creencias, al exponerte y profundizar sobre el verdadero ser de la naturaleza humana inherente a las posturas tradicionales como la religiosa, científica, evolutiva o espiritual, penetrando en la razón y lógica humana, no solemos llegar a un punto que realmente podamos sustentar con pruebas contundentes de lo que hemos decidido acatar sin una base previamente establecida por otra persona. Todo lo que sabemos, conocemos y creemos proviene de lo que nos han enseñado.

 

Comprendo que, si no te has detenido a evaluar esta parte de la vida, probablemente hayas preferido tomar por elección, de manera directa o indirecta, lo inculcado por tu familia o guías de vida porque eso es lo que te enseñaron que “debes” hacer, cerrando todo paso a la autoevaluación de lo que te hace feliz y la libertad de la que dispones para elegir. Las creencias sociales que versan sobre sus influencias ascendentes no toman en consideración factores evidentes a la hora de analizar el ser, limitando las condiciones de vida a reflejos de rostros que no nos representan, debido a que buscan anular cualquier ideología que se encuentre fuera de su credo.

 

Procedamos a ejemplificar las creencias de vida más comunes en tres etapas: infancia, juventud y adultes; de niños, nos enseñan lo que es o no correcto, nos muestran en lo que debemos creer y nos indican que al crecer podemos elegir una profesión y en todo ese proceso, con la cotidianidad vamos asociando aquello que aprendemos y observamos de los jóvenes y adultos que nos rodean e indagando sobre las cosas que no entendemos o no concuerdan con la enseñanza. En ese momento, cuando sonreímos y expresamos lo que queremos ser al crecer, nos enaltecen al escuchar que queremos ser bomberos, doctores o policías aplaudiendo cada palabra de esa falacia, lo que nos induce a que el alguien que debemos ser va de la mano con la profesión elegida acarreando reconocimiento y generando satisfacción. En el proceso de la juventud, después de todos los cambios hormonales y demás yerbas aromáticas, vamos descubriendo que tenemos elecciones, explorando quienes somos, nuestros intereses y determinando las creencias arraigadas que vienen en nuestro equipaje emocional, donde sentimos la necesidad de seriamente establecer el listado de lo que tenemos que alcanzar para sentirnos personas de valor: terminar la escuela, obtener una profesión, formar una familia y adquirir una buena posición laboral y/o estabilidad económica, como si la existencia de tu vida se condicionara a cumplir esa lista para colocarte una estrellita en la frente clasificándote como persona idónea o fuera el propósito ideal para la autorrealización de cada persona, para que como suele suceder, cuando se alcance la adultez sentirse mediamente feliz por sus elecciones o llegar al éxtasis de comprender que el mundo gira de una manera distinta, que no viene con un manual o control del “deber ser” humano y que tenías la libertad de elegir. En la etapa de la adultez, cuando has cumplido con el estándar de la ideología adquirida tu base existencial no es la calidad de persona que eres, lo que puedes lograr ni lo que realmente te define como humano, sino que en la mayoría de las ocasiones pasas a un tercer plano donde lo más importante será siempre todo menos tú, que es todo lo contrario de lo que suelen aprender las personas que deciden no sujetarse a ideologías de terceros y profundizar (muchas veces sin buscarlo) en que quizás las demás opciones que no se habían considerado se ajustan más al verdadero sentir de ser tú que te lleva a alcanzar la plenitud deseada.  

 

Para una mayor comprensión de esto y desde el punto de vista filosófico, existe una corriente establecida por el famoso psicólogo de Abraham Maslow mostrada en forma de pirámide, el cual establece como pilar que para que una persona pueda ser plena en primer lugar debe suplir sus necesidades básicas de alimentación y seguridad, satisfacer las necesidades sociales de pertenencia y las emocionales de amor, para lograr la cúspide del desarrollo personal y sentido profundo de la vida basado en la autorrealización; no obstante, el destacado psicoanalista Erich Fromm instaura que para alcanzar la autorrealización una persona no necesita limitarse a cumplir las fases de la pirámide ya que estaría menospreciando la capacidad de amar y la libertad, fortaleciendo la ideología de que no todos los seres humanos necesitan seguir ese orden para alcanzar la plenitud y que la autorrealización es una actividad integral a través de la cual el potencial humano se explota en todas las áreas de la vida.

Sin tomar en cuenta las fuentes religiosas, ¿Por qué es importante sentir plenitud? Porque conforme a lo que establece nuestra Real Academia Española, pleno significa “completo, lleno” refiriéndose a la integridad o totalidad como sinónimos ideales, de lo cual se podría inferir que considerarse pleno es sentirse consumado en todo el sentido de la palabra. Debido a esto es que podemos visualizar que, conforme al propósito de cada persona, cada uno es capaz de sentirse en plenitud siguiendo diversos caminos, indistintamente de si coinciden con la creencia popular o generacional.

 

Desde el momento en que otorgamos prioridad al juicio de los demás anulando nuestro ser, nos convertimos en victimas del sacrificio y desdén del trastorno que ocasiona atarse a ideologías ajenas, dando paso al vacío existencial que puede inundar nuestra presencia y estimular la reconciliación con la mortalidad.  

 

El valor de una persona no se mide por un checklist similar al orden establecido para lavar los platos, por el simple hecho de tener capacidad de ser y existir se adquiere un valor intrínseco que no tiene comparación.  

 

Vales porque eres un ser humano, pero te vuelves inigualable por la calidad de persona en que te conviertes, la capacidad de amar que desarrollas y el nivel de apreciar la libertad que adquieres.

Honra tu capacidad de ser libre.

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