DESBLOQUEANDO LA VIRTUD DE RECORDAR CON AMOR.

Todos en algún punto vivimos experiencias que nos rompen, nos marcan y nos hacen analizar cada detalle vivido durante nuestra vida, con el miedo de que se desaten más situaciones que creemos tener bajo control. Es como una ola que acontece a una altura que sabes que no hay salida, nos ahogan las emociones y solo queda una pequeña vía para respirar en un hábitat oscuro y frío, en medio de un camino sin vías alternas donde cualquier movimiento motiva el próximo estallido, hasta más no poder.

 

Sonará drástico, pero las emociones que nos abordan el corazón ante una mala experiencia nos hacen sentir que se crea una bomba de tiempo basada en la carga de municiones emocionales hasta explotar y destruir todo lo que queda a su alrededor; es como un muro que se derrumba y sus cenizas se esparcen de una manera tal que el único objetivo es llegar a un lugar donde puedan desaparecer y llevarse consigo todo lo bueno y lo malo. Todo lo que nos hiere es capaz de cambiar en segundos nuestro estado de ánimo y mantenernos en un limbo donde recordamos una y otra vez todo lo sucedido y las consecuencias desatadas, hasta que el círculo vicioso se rompa. Hay situaciones que nos detonan por dentro, nos hacen perder la mínima esperanza y cosas que nos hacen reevaluar todo nuestro entorno buscando explotar la burbuja en la que creemos que estamos porque sentimos no poder sobrevivir a otra situación similar.

 

Esas circunstancias cuando llegan a su cima descargan un sin número de sentimientos que opacan cualquier buen recuerdo que hayamos experimentado, porque entendemos que solo es el resultado de una mentira. Sin embargo, por más complicada que sea una situación, debemos aprender a manejar los pensamientos durante y después de cualquier acontecimiento para sacarle el máximo provecho. Y si, sé que puede pensarse que si nos hace sentir tan mal no puede tener nada bueno que aportar, pero nos equivocamos en esa parte pues esas situaciones son justamente lo que necesitamos para evolucionar.    

 

Como parte de alcanzar nuestra mejor versión, se encuentra enfrentar sucesos que nos motiven a cuestionar nuestros pasos con la finalidad de resaltar lo que en verdad reside en nosotros y lograr la metamorfosis personal. Cuando sobrevives a una situación así, procuras evitar repetir cualquier escenario donde te encuentres nuevamente expuesto y aprendes a valorar los detalles que quizás en otro momento no le otorgabas importancia.

 

Es normal que a modo de supervivencia desarrollemos el sentimiento del rencor ante quien nos ha dañado, sin embargo, es la oportunidad perfecta para comenzar a tomar decisiones saludables. Empecemos por aclarar que la decepción ha sido tan drástica y fuerte que, en el momento, no sabemos si podremos olvidarlo… Pero no se trata de olvidar, sino de transformar lo que sentimos para alcanzar una mejor versión de nosotros mismos.

Tenemos en nuestras manos la oportunidad de aplicar lo aprendido y efectivamente reconocer que la experiencia era imprescindible para poder avanzar. Te hirió, te rompió, te cambió, pero si te mejoró como persona, entonces cumplió su objetivo. Cuando pasa la peor parte de la tormenta y tenemos recuerdos, nuestras energías suelen concentrarse en cómo nos hizo sentir y justo en ese momento es que podemos cambiar nuestro chip mental. Te invito a preguntarte lo siguiente: ¿Qué has ganado con mantener el sentimiento de dolor en tu corazón? Y me refiero a las cosas que te sumen, te hagan feliz y mejor persona. Sé que probablemente eres más fuerte, estás más atento a tu alrededor y hay cosas que no permites, pero eso no te hará sentir sanidad.

 

Recordar con amor implica que, a pesar de que nos volvió cenizas, reconocemos que antes del incendio la experiencia fue inolvidable, estábamos cargados de nobleza, cariño, apoyo incondicional, de sacrificios que en su momento no costaban nada, de alegrías sin igual, de sustentos emocionales que coloreaban nuestro mundo y de vivencias que llenaron el corazón pero que, como todo en la vida, cumplió con su tiempo de ejecución y se extinguió. Se refiere al agradecimiento de los buenos momentos por esos sentimientos que se terminaron de concebir de la mejor manera, por esos recuerdos que hacen vibrar el alma, por ese afecto tan intenso que mantuvo nuestra sonrisa y que por todo eso, en su momento, pudimos perdonar cuando esa persona se equivocó y que ahora debemos hacer lo mismo. Y aclaro, no se trata de perdonar para olvidar, sino para continuar hacia adelante.

 

El tiempo ayuda, pero se requiere más que eso para continuar. Aprendemos a perdonar cuando comprendemos que la diferencia en las concepciones de cada palabra, sentir y hecho es diferente para cada persona, que nadie tiene por qué actuar conforme a lo que queremos y esperamos porque están en todo su derecho de hacer lo que sientan mejor, que no estamos obligados a forzar el crecimiento del otro, que es necesario dejar atrás lo que sentimos que no nos permite avanzar y que si lo hacemos, podemos continuar nuestro trayecto hacia la calidad emocional.  

 

Dijo una vez Ruíz y Santayana: ¨Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla¨ y creo fidedignamente en que, de igual manera, cuando una persona olvida su pasado, da cabida a que pueda reincidir en la misma situación. En ese sentido, entendemos que cuando se perdona, pero no se olvida, estamos al límite del respeto necesario para mantener el amor propio en su cúspide ideal. Es importante resaltar que cuando sanas, no es necesario esperar que la otra persona pida perdón porque cada cabeza es un mundo y la madurez de cada cual cursa a su propio tiempo, pero perdonar es imprescindible para sentir paz, avanzar y mejorar como ser humano. Está en ti dar ese paso para evolucionar tu vida.

 

Recordar con amor es desear lo mejor y mantener la distancia.

Recordar con amor es respetar que su tiempo expiró y agradecer la vivencia.

Recordar con amor es crecer en el amor propio.

Recordar con amor es sembrar bienestar, para cosechar plenitud.

amor non habet finem,

Primum corinthii tredecim

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